lunes, 12 de mayo de 2014

SPACE COWBOYS

No no, no vengo a hablaros de la famosa película en la que unos veteranos astronautas vuelven a la carga en una misión en el espacio, a pesar de que ya han dejado bien atrás sus años mozos. En realidad, lo que quiero tratar es bien distinto. En esta entrada, quisiera analizar un poco la figura del cowboy, del salvaje oeste y de la frontera como un mito relativamente moderno, muy arraigado en la mentalidad americana, y que vemos reflejado en su forma de ser, su literatura y en el cine. Desde el descubrimiento de América por parte de los europeos en 1492, aquella tierra desconocida pasó a ser un territorio virgen a explorar y a explotar por las potencias europeas mundiales. Con el correr de los siglos, en continente americano se fue alzando en independencia, las colonias se emanciparon y comenzaron a formarse en él los países que todos conocemos, tanto en el sur como en el centro y el norte, y estos comenzaron a forjar su propia identidad, combinando sus raíces más ancestrales y sus culturas indígenas con su pasado colonial más reciente y las influencias europeas e incluso africanas en muchos lugares de América, en especial en el norte y en Caribe, ya que no debemos olvidar que una gran cantidad de esclavos procedentes del continente negro fueron llevados allí a la fuerza para trabajar en las plantaciones y en las casas, y llevaron consigo parte de sus tradiciones, su lengua y su cultura. Estados Unidos es hoy el país más rico y poderoso del mundo, la primera potencia mundial. Pero hubo un día en que fue una nación nueva, recién formada, que hubo de forjar su propia identidad nacional. También debemos recordar que, cuando se declaró la independencia de los Estados Unidos, tan solo formaban parte del país las trece colonias originales, de origen británico, por supuesto. La británica fue posiblemente la primera y mayor influencia que los americanos recogieron, aunque siempre con la visión de emanciparse de la Madre Inglaterra y construir un país nuevo y diferente. Pero hubo también otras influencias, como la de los nativos norteamericanos, cuyas tribus luchaban por sobrevivir a la imparable expansión del hombre blanco, y la española, en especial en el sur, donde el contacto con México era mayor. Destaquemos que Texas no se convirtió en un estado americano hasta 1845, pero desde mucho antes, las trece colonias originales tenían su visión puesta en expandirse hacia al Oeste, ampliando así sus territorios. A esto ayudó enormemente la compra de Lousiana a Francia en 1803, que permitió por fin cruzar esa frontera física y psicológica que era el río Mississippi. Otro impulso fue sin duda, la fiebre del oro, que en sucesivas oleadas, condujo hasta California a miles de buscadores, con la promesa de enriquecerse de forma rápida, legal  y sencilla. El Oeste para los americanos suponía muchas cosas. De entrada, prometía riquezas y prosperidad, pero eso sí: tan solo a los más fuertes y audaces, a los que fueran capaz de conquistarlo. El salvaje oeste era cosa de hombres fuertes y rudos, de pioneros y de cowboys que llegaban con lo puesto y prosperaban rápidamente. La frontera suponía un reto que solo los más capacitados podían afrontar, y así, nace uno de los mitos más arraigados en la mentalidad estadounidense: el del self-made man, el hombre hecho a sí mismo, capaz de empezar de cero, conquistar y superar los retos, y llegar hasta lo más alto. Una idea que explica el salvaje individualismo de la sociedad de aquel país. Pero pronto, las cosas cambiaron. Casi un siglo después de la independencia de Estados Unidos, en 1869, la Union Pacific consigue cerrar el primer circuito transcontinental de ferrocarril, uniendo la costa Atlántica con la Pacífica y facilitando cruzar el país de punta a punta. Esto y la Guerra Civil Americana o Guerra de Secesión (1861.1865), que enfrentó como sabéis al Norte y al Sur del país por el tema de la esclavitud, y muchas otras razones, hizo que el mito de la frontera terminara muriendo, al menos, de forma física. La frontera quedó sellada y cerrada. Estados Unidos ya estaba totalmente conformado tal y como lo conocemos hoy. Ya no más diligencias cruzando el país, no más valientes cowboys, no más salvajes indios con sus flechas, forasteros cruzando el Mississippi, sherrifs y pistoleros. No más reto y aventura que sólo los más duros y valientes pueden afrontar. El país tendría que ampliar un poco sus miras y empezar a buscar otras influencias, otras identidades e historias que contar. Aún así, este mito de la frontera, el personaje del cowboy y el escenario del salvaje Oeste se han quedado para siempre en la mentalidad americana, y nos han llegado a través de la literatura y del cine, comenzando por dos autores que creo que ayudaron tremendamente a formar la identidad literaria de los Estados Unidos, y a que este país empezara a contar sus historias.


Mark Twain (Samuel Langhorne Clemens) retrata en sus dos obras más famosas, Las aventuras de Tom Swayer, y Las aventuras de Huckelberry Finn, la vida de ese sur mítico que muchos en Estados Unidos no pueden olvidar, hablándonos a través de los ojos de los niños protagonistas de aventuras, de las desigualdades raciales que llevaron a la guerra civil y del estilo de vida sencillo de entonces. James Fenimore Cooper, cuya obra más famosa y que más conocemos es El último mohicano, la cuál fue llevaba al cine en 1992 con gran éxito, escribió numerosas novelas donde se retrata la vida de los pioneros, sus viajes al Oeste, sus enfrentamientos con fieros indios, y en definitiva, todo lo que podemos esperar de este tipo de escenarios. Más tarde, ya en el siglo XX, llegaría el cine, y desde la colinas de Hollywood, el mito del cowboy resucita una vez más para convertirse en el wetern, un género cinematográfico que, si bien no esta muy de moda en el cine actual, tuvo su auge sobre todo en los años 50, los años del glamour de Hollywood y de la postguerra tras la Segunda Guerra Mundial. El western nunca fue mi género preferido, pero sin duda, ha dado grandes clásicos al cine, y si de cowboys de pantalla grande debemos hablar, se me ocurren dos nombres que no pueden faltarnos nunca:


John Wayne (1907-1979) aunque empezó con el cine mudo, es sin duda era un clásico imprescindible en la época de mayor auge del western. Rodó más de 100 películas, teniendo un record hasta ahora imbatido de papeles protagonistas. No había peli del oeste en la que faltara él. Tanto es así, que se decía popularmente que John Wayne no hacía de vaquero, los vaqueros hacían de John Wayne. Nadie como él para calzarse las botas y el sombrero, y montar a lomos de un briosos caballo hacía el sol poniente. Por su parte, y aunque ahora de esta dedicando más a dirigir que a actuar, con igual éxito por cierto, el veterano Clint Eastwood nos regaló en su día clásicos inolvidables del western como Por un puñado de dolares, o El bueno el feo y el malo. Con ellos comenzó su carrera, que alcanzaría la cumbre con otro duro donde los haya, Harry Callahan o Harry el Sucio, y después diversificó con más papeles, de corte más sensible en incluso romántico como Los Puentes de Madison o Million Dollar Baby. Con los años, como hemos comentado, Eastwood ha abandonado la interpretación para ponerse al otro lado de la pantalla como productor y director, cosechando éxitos como Cartas desde Iwo Jima. Sin duda, ellos dos contribuyeron a perpetuar el estereotipo y el mito del cowboy como tipo duro y pionero en una tierra de nadie.

A partir de los años 60 y 70, la moda del western comienza a decaer. Son las décadas de las revueltas sociales, de las protestas por la guerra de Vietnam (1959-1975) y de las marchas por la igualdad racial y de género, y la lucha por los derechos civiles. Con nuevas ideas, América cambia y comienza a contar sus historias de una manera distinta. A partir de los 80, con ayuda de nuevas tecnologías, el cine explota un género que hasta el momento se consideraba casi menor, algo denostado, y demasiado caro de hacer: la ciencia-ficción comienza lentamente su edad de oro, que, al menos eso considero yo, continua en el cine y televisión de hoy en día. Y en él, sorprendentemente, el mito del cowboy de nuevo se reinventa, y en dos de las más míticas sagas del género encontramos a dos personajes totalmente cortados por este patrón.



Han Solo (Star Wars) y James T. Kirk (Star Trek) sin duda son dos personajes masculinos que beben de esta fuente, creados a partir del cowboy. Ambos se hayan en un territorio tan hostil e inexplorado como lo era entonces el oeste de los Estados Unidos, en este caso, el espacio se convierte, como bien reza la intro de la serie clásica de Star Trek, en la "última frontera", el nuevo territorio virgen que conquistar. La primera aparición de Han en la saga, junto con su vestuario y el escenario (una cantina al más puro estilo de los western) nos lo dice todo. Estamos ante dos hombres pioneros, aventureros, seductores, duros y muy viriles como cualquier cowboy, aunque también con un lado menos machista y más sensible y abierto que los vaqueros de antaño. No se enfrentan a indios, pero sí a alienígenas hostiles como lso Klingon, o a la dictadura de un Imperio Galáctico. Admiramos su independencia y su capacidad de salir tan fácilmente de los embrollos como para meterse directamente en ellos. Y, a falta de un buen revólver, o de un Winchester, portan sus armas láser allá a donde van. Sin duda, sin ese mito de la frontera y del cowboy que forjó la mentalidad americana, no tendríamos a personajes tan inolvidables para ellos, y miles de chicas un poco frikis y enamoradizas como yo no se declararían sus absolutas fangirl o suspirarían por saber donde venden uno de estos, para comprarlo más que nada, jajaja.

Y bien, con esto y una canción, perfecta para cerrar la entrada, que espero que os haya resultado interesante, entretenida e ilustrativa, ya me despido hasta nueva orden. Nos veremos muy pronto. ¡¡Saludos y besitos a todos!!

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